La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 13 de abril de 2013

Una Pascua muy especial



Durante estos días de la Pascua, la liturgia, tanto en la Eucaristía dominical como en el Oficio de Lecturas, leemos el Apocalipsis. Es un libro de difícil comprensión, escrito para cristianos comprometidos en vivir su fe en tiempos adversos. Saborearlo con calma puede estimularnos a vivir también valientemente nuestra fe en una sociedad que se proclama "post-cristiana".

Su autor se llama Juan, sin más apelativos. Pronto, en la tradición cristiana, fue identificado con el apóstol Juan, autor del evangelio y de las cartas que llevan su nombre. Sin embargo, a mediados del siglo II, Dionisio de Alejandría afirmaba que su autor era un Juan distinto del apóstol. Basaba su afirmación en la diversidad de lenguaje y de estilo entre el evangelio y el Apocalipsis. Su opinión fue seguida por Eusebio de Cesarea y por la mayoría de exegetas actuales.

Al estilo de los profetas del A.T., el autor empieza explicando su experiencia personal de fe. La experiencia de identificación con Jesús en los sufrimientos del destierro en la isla de Patmos, situada a unos 80 Km. de Efeso; y también en la victoria de su resurrección por medio del bautismo. Tribulación y realeza que comparte con los demás cristianos. Pese al aislamiento se siente muy cerca de ellos.

Ireneo nos cuenta cómo el Apocalipsis fue escrito a finales del imperio de Domiciano (81-96 d.C.), después de una dura persecución sufrida por la comunidad cristiana. El escrito, sin embargo, no afirma claramente que los cristianos sufran persecución sangrienta. Lo que está fuera de dudas es que la comunidad cristiana vive en una situación de conflicto, inmersa en una sociedad que le es hostil; y en ese ambiente desfavorable debe mantener con valentía y sin desánimo su testimonio de fe y de vida.

—"Un domingo caí en éxtasis...". El autor se siente unido a las asambleas eclesiales que celebran el domingo la resurrección de Cristo. Por la acción del Espíritu es llamado a ayudar a descubrir la presencia de Cristo en las comunidades cristianas: "Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete iglesias de Asia". La visión de las siete lámparas de oro nos remite a las iglesias reunidas en oración y, en medio de ellas, a Cristo, el Hijo del Hombre, con el vestido del sumo sacerdote.

—"El puso la mano derecha sobre mí". Juan cae al suelo, asustado, en una escena que se parece a la transfiguración. Jesús realiza un gesto de amor y de confianza que tranquiliza al discípulo: "No temas". Jesús se presenta con todas las dimensiones de su existencia: la pre-existencia, su muerte como un hecho ya pasado y puntual en la historia, la exaltación que lo ha convertido en el amo de los poderes que esclavizan al hombre, y finalmente su venida final.

A grandes rasgos se ve una primera parte, abierta por una introducción con rasgos de diálogo litúrgico (1,1-8), compuesta de siete mensajes dirigidos a comunidades cristianas de Asia Menor.

Los siete mensajes a las comunidades, invitan a tener una constante actitud de discernimiento. Discernimiento de la propia fidelidad al Evangelio y discernimiento de los valores presentes en la sociedad y en los acontecimientos de la historia. La gran visión celeste anima a la Iglesia de todos los tiempos a afrontar con valentía, confiando en la fuerza triunfadora de la Palabra de Dios, las constantes anti-evangélicas de nuestro mundo; ofreciendo, así, un testimonio fiel a Jesucristo.

Y una segunda parte, cerrada por una conclusión con rasgos también de diálogo litúrgico (22,6-21), que contiene la gran visión celeste del trono y del cordero degollado, del cortejo de redimidos, de los jinetes y los ángeles, de la lucha cósmica contra los agentes del Mal y, en fin, de la visión de la nueva ciudad de Jerusalén.

El libro está escrito en un estilo reiterativo y sobrecargado de simbolismo. Quizá el rasgo más característico de este escrito sea el barroquismo simbólico que usa y que produce un efecto de impenetrabilidad al lector poco acostumbrado. El autor utiliza símbolos tomados de los libros proféticos del Antiguo Testamento que abrazan todo el universo: símbolos humanos (posturas del cuerpo, vestidos, colores, números, etc.); símbolos animales (cordero, caballos, dragones, saltamontes, fieras) y símbolos cósmicos (cielo-tierra-mar, estrellas, ríos, piedras preciosas, etc). Combinando los distintos símbolos, el autor consigue construir un universo artificial, donde las constantes históricas de la humanidad aparecen manifiestamente: la lucha del Bien contra el Mal, la presencia de la fuerza del Evangelio que, en oleadas sucesivas logra imponerse, los esfuerzos de la humanidad por construir una sociedad más humana, frente a la "salvaje" sociedad actual; y, por encima de todo, la presencia de Dios que domina el devenir histórico.

Quiero pensar que el Apocalipsis no pretende describir acontecimientos de la historia pasada o futura. Pretende presentar a la comunidad cristiana de todos los tiempos cuáles son las constantes históricas que rigen el destino de los hombres de cada época. No presenta una vida fácil, toda la historia está dominada por el conflicto.

Un conflicto que contrapone a los cristianos con las constantes anti-evangélicas de la sociedad humana: el poder, el consumo, la violencia, la enfermedad, la mala distribución del alimento, la opresión... Un conflicto abierto a la esperanza, porque el Evangelio tiene asegurada la victoria final, pues la historia está, en última instancia, en manos de Dios.

Esta visión total del Apocalipsis, nos hace ver, que Cristo nos acompaña en la misión de transmitir el mensaje de su triunfo en la Iglesia.

El Apocalipsis se nos presenta, pues, en este Tiempo Pascual como una lectura sugerente para cada uno de nosotros los cristianos, que con nuestro compromiso debemos dar un testimonio profético del Evangelio en nuestra sociedad actual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario