La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

domingo, 31 de marzo de 2013

Una Pascua en camino de santidad



Hoy debo comenzar este comentario con un cordial deseo: que todos tengamos ¡UNA MUY FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Que todos procuremos que esta alegría pascual se manifieste claramente en nuestras vidas. El domingo de Pascua y todos los domingos siguientes —también de Pascua— hasta Pentecostés, y los que estamos más cerca de las celebraciones litúrgicas, que nos llenemos de gozo con la “Octava de Pascua”.

Este año, el frío y la lluvia está recorriendo toda España, y nos ha dejado en nuestra querida tierra de Valencia un respiro para las procesiones marineras.

¡Estamos locos los cristianos! Las imágenes de los medios nos enseñan las multitudes de gente en nuestras costas. Al salir, encontraremos los bares y los restaurantes llenos y las discotecas colmadas de jóvenes. La gente se agarra a la fruición. Para muchos, nosotros hacemos el efecto de ir tras de quimeras ("lo tomaron por un delirio": evangelio). Pero dentro nos quema una certeza. ¿Sólo dentro, en un rincón secreto, o en todo nuestro actuar? Ahora lo proclamamos con fuerza: diremos "no" a un modo de vivir, a unos valores que son una quimera y conducen a la muerte y diremos "sí" al seguimiento del Resucitado, la gran Verdad, la Vida de verdad.

Jesús es el Viviente por excelencia y nunca lo encontraremos entre los muertos. El cristianismo es un mensaje de vida; más aún: es comunión con el Viviente. Con Jesús de Nazaret, también nosotros apostaremos por la vida y avanzamos hacia la vida, y estamos al lado de todo lo que es vida y luchamos contra todo lo que es muerte: el compromiso bautismal tiene este sentido. ¿Sabremos discernir, en nuestra sociedad, dónde está, de verdad, la vida y dónde está la muerte?

Cuando fuimos bautizados, fuimos sumergidos en la muerte-resurrección de Jesucristo, fuimos injertados en el dinamismo vivo de su aventura. Morimos al pecado (lo que llevó a Jesús a la muerte) y resucitamos a la vida que corresponde a sus seguidores. Lo expresamos y lo expresaremos inmediatamente con palabras. Pero el bautismo no es un simple juego de propósitos y decisiones nuestras: es la entrada en el ámbito de Jesucristo, es el primer sacramento de la Iglesia. Simboliza externamente lo que realiza en el fondo de nuestro ser: un misterio de comunión.

Dios nos ha hecho no para el dolor y la tristeza, sino para la felicidad y la alegría.

Un año más, la Pascua nos recuerda que Dios tiene siempre la última palabra, y Dios es la vida, el amor, la felicidad y la alegría sin límites. La Resurrección de Jesús es la respuesta de Dios a los problemas de los hombres, llamados a ser sus hijos y a participar de la bienaventuranza en su Reino.

Si en algo coincidimos tanto los hombres, hombres creyentes como ateos, es en que todos buscamos siempre el bienestar, la vida, la alegría y la felicidad. Lo malo es cuando se va por un camino equivocado. A veces se trata de una alegría aparente y engañosa, que lleva dentro tristeza y desilusión. En todo caso, siempre es una felicidad pasajera, que no puede llenar del todo nuestro corazón, que está hecho por Dios y para Dios, de tal manera que es como un inmenso vaso que sólo con una alegría eterna e infinita puede colmarse. Aunque alcanzáramos en este mundo una felicidad perfecta, bastaría con saber que ha de terminar con la muerte para que cayera una sombra de amargura y tristeza sobre esa alegría.

Jesús fue, sin duda, el hombre más perfecto, más equilibrado y más feliz de la historia y, sin embargo, estaba deseando llegar al Padre, aunque fuera pasando por el dolor y el sufrimiento, como el viajero ansioso de llegar al hogar y a la patria, como las aves migratorias volando hacia el calor y el sol. Es imposible comentar en detalle tanta belleza y tanta esperanza, tanta alegría y tanta gloria como brillan en nuestra celebración. Bien podemos decir una y mil veces, en el pregón pascual que se proclamó en la Vigilia Pascual: "¡Qué noche tan dichosa! ¡Exulten los coros de los ángeles! ¡Goce también la tierra! ¡Alégrese nuestra Madre la Iglesia! ¡Noche santa que ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes!"

Amigos, Cristo vive en su cuerpo glorioso y también en su cuerpo doloroso. Debemos conocerle, reconocerle y servirle, en la fe de la ausencia y en la caridad de su presencia, empujados por la esperanza en el encuentro final.

¡¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!!

1 comentario:

  1. Josep Lluís Burguera Perez31 de marzo de 2013, 19:35

    Gracias, Rafael, por tu excelente artículo sobre la Pascua de Resurrección.
    Que el Señor Resucitado anime tus trabajos apostólicos y tu fe inquebrantable sea guía de muchos.
    ¡Feliz Pascua! ¡Cristo Vive!
    Josep Lluís

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