La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

domingo, 17 de marzo de 2013

¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre...!



Mi amigo Germán, lleva unos días, que está muy nervioso, y todo a consecuencia de la dimisión de Benedicto XVI. Según él, el Papa tenía que haber seguido en su puesto, e incluso me decía: “los reyes tienen que morir en la cama, o en la silla de ruedas, pues el Papa también”. No soy yo nadie para contradecirle cuando salen a flote los buenos sentimientos.

Ahora ya tenemos un nuevo Papa que se ha querido llamar Francisco. No el Francisco de Javier o el de Gandía, sino el “pobrecillo” de Asís.

Leía yo esta noticia de un periódico nacional: “decidir llamarse Francisco en sí mismo puede ser tan revelador como escribir una larga y sesuda encíclica”. Pero esta mañana, en su primer encuentro con los periodistas, el Papa ha explicado por qué adoptó el nombre de San Francisco de Asís, el santo de la pobreza y de la paz.

"¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!", ha asegurado. Y no sólo eso. A los miles de periodistas congregados en el aula Pablo VI del Vaticano Francisco les ha dado la bendición más exquisita, tolerante y bondadosa que se recuerde que haya ofrecido nunca un Papa: "Muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica, otros no son creyentes. De corazón les doy la bendición en silencio, respetándoles, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios", ha asegurado en español, su lengua materna, metiéndose a todo el auditorio en el bolsillo.

"Este Papa es increíble", era el comentario unánime de los periodistas a la salida de la audiencia con Francisco. "Va a ser un Pontífice revolucionario". "En una semana este argentino es capaz de poner el Vaticano patas arriba". "Es demasiado bueno para ser verdad". Todo en esa línea.

¡Cierto! En esta sociedad, querido Germán, donde el dinero es el centro de la vida y de la corrupción decir que hay que ser pobre, es de locos o de revolucionario.

Juan Pablo II, en su viaje a Santo Domingo (1992), reavivó el compromiso social de la Iglesia a favor de la justicia. Fue la Iglesia de Iberoamérica la que proclamó, con acento de urgencia, la exigencia de una opción preferencial por los pobres, y allí surgió también la teología de la liberación. Nuestro Papa Francisco opta por una de estas partes, la opción preferencial por los pobres, pero esto no es nuevo.

La Biblia se ha ocupado siempre de los pobres, desde la llamada de Abraham (un caminante sin tierra y sin familia-estado), pasando por Moisés (liberación de los pobres-hebreos en Egipto), hasta los grandes profetas del Antiguo Testamento: ellos han sabido interpretar la marcha de la historia partiendo de los más pequeños, de los pobres de la tierra, de los justos perseguidos, etc. De esta forma, la misma Escritura de Israel viene a descubrir el problema verdadero de los hombres, más allá de la estabilidad cósmica o de la justificación del orden (desorden) existente: la razón de Dios que se define como justicia, viene a desplegarse en la liberación de los pobres y oprimidos.

Esta mirada activa de la Biblia no es una teoría: hay que actuar de una manera transformante. Sólo lo sabe de verdad, el que se penetra con su propio saber, en la realidad del mundo, para transformarla a la luz de lo divino. Por eso, la verdad sobre los pobres no se encuentra en la teoría, sino en el compromiso en su favor, como advierte Jesús en la parábola del buen samaritano.

Jesús conoce a los pobres desde el reino, en gesto de proclamación mesiánica. Eso significa que los mira desde Dios: de una forma misteriosa, racionalmente imposible de entender, dice que Dios está comprometido en gesto de amor fuerte con los más pequeños y oprimidos de la tierra.

Jesús conoce a los pobres actuando en favor de ellos, como muestra en toda su anchura y longitud el Evangelio: ha venido a curar a los enfermos, a «evangelizar» (ofrecer camino de liberación) a los pobres, concediendo dignidad (palabra, vida) a todos los marginados de su pueblo y de la historia de los hombres. Sólo en actitud de compromiso por los pobres se conoce de verdad lo que supone (lo que vale) el ser humano.

Finalmente, Jesús conoce a los pobres identificándose con ellos, tal como señala Mt 25, 31-46: «tuve hambre y me disteis de comer, fui exiliado y me acogisteis...». En todos los que vagan y sufren, sin pan y sin familia, sin casa, salud o dignidad sobre la tierra, padece Jesús como «pobre universal», encarnándose en la historia humana se introduce en la hondura de dolor y de opresión de los que sufren dentro de la historia.

Quiero terminar, amigo Germán, copiando la parte del artículo que te he comentado en el encuentro con los periodistas:

El Papa leía un discurso en el que analizaba la tarea de comunicar cuando, en un momento dado, ha aparcado el texto y se ha puesto a hablar espontáneamente. "Algunos no sabrán por qué he decidido llamarme Francisco. Os voy a contar una historia...", ha comenzado.
El Pontífice ha explicado que durante el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de Sao Paolo y ex prefecto de la Congregación para el Clero. "Un gran amigo", en palabras de Francisco. "Cuando la cosa comenzaba a ponerse peligrosa, me reconfortaba".

Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse en Papa, el Papa ha contado que los cardenales rompieron a aplaudir. "Humes me abrazó, me besó y me dijo: 'No te olvides de los pobres'". Esas palabras: los pobres. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el nombre de la paz. Y así entro ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador. Y en este momento con el creador no tenemos una relación tan buena!, indicó con una sonrisa cómplice. "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!".

Siempre he creído, que la Iglesia está iluminada, ayudada, fortalecida… por el Espíritu Santo.

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