La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 22 de diciembre de 2012

El Adviento nos prepara para la Navidad


En estos días de Adviento le decimos a todos: Feliz Navidad, felices Pascuas, felices fiestas, feliz Año Nuevo... Las múltiples variaciones sobre un mismo tema tienen en común el deseo de felicidad. Durante estos días lo repetimos, muchas veces de palabra y por escrito, con más o menos adornos, con más o menos corazón. Forma parte del rito navideño el desear a otros lo que, sin duda, queremos para nosotros mismos, y a veces equivocadamente, lo buscamos donde no se puede encontrar.

La clave de la sinceridad del deseo está en que, además del gesto o la palabra, procuremos en la práctica la felicidad de los otros: los de cerca y los de lejos; los que sufren nuestros malos humores en el vecindario, y los que se ven afectados en la distancia por nuestras pequeñas decisiones económicas, políticas o culturales, que unidas a muchas otras construyen las grandes estructuras mundiales.

Hoy quiero daros a conocer unas reflexiones que he escuchado estos días, junto con otros muchos sacerdotes, pero que de forma indirecta, todo cristiano puede hacer suyas.

El Adviento de este Año de la Fe nos debe hacer vivir como mejores sacerdotes. El Adviento nos encauza para descubrir un mundo más alegre, esperanzado, animoso. Es tiempo luminoso y para quien tiene fe, le hace más alegre. El sacerdote debe servir al Señor con alegría, y sin embargo cuánta tristeza vemos en algunos sacerdotes. Actitudes que hacen frío e infecundo al sacerdote. No suscita vocaciones. Debemos en este tiempo trasmitir alegría en el ejercicio de nuestro ministerio.

Nuestro sacerdocio es un don de Dios y supone una conversión continua. La tenemos que poner en la acción trinitaria. Hemos sido llamados al sacerdocio para ser felices.

Estos días hemos proclamado las palabras del ángel cuando le dice a María “Alégrate”. Pues tambien a los sacerdotes y a todo cristiano nos dice: “alegraos, hoy os ha nacido un Salvador”. La gloria de Dios nos envuelve como los pañales del niño Dios. Es El Niño el que nos da el camino. No podemos estar amargados, pues nuestro banquete es participar de Dios.

Todo cristiano es un llamado a la felicidad y renunciar a esto es dramático. El Señor nos pide que seamos felices.

Imitando a Cristo, nos vamos realizando como cristianos y sacerdotes. Estamos invitados a la boda del Hijo y podemos ver, cómo en el evangelio de San Mateo, cap. 22, nos dice, cuál debe ser nuestra actitud. Nosotros, y todo cristiano, debemos ser personas que inviten a los  planes de Dios, pues estamos en un momento importante para la conversión. Tenemos qué perder el temor, y engrandecer el ánimo de decirle: Padre aquí estoy.

El Espíritu Santo viene a todo cristiano cuando el sacerdote celebra la Eucaristía.  Nos enciende el corazón para ayudarnos a realizar su proyecto a pesar de nuestros defectos o pecados. El espíritu nos reafirma en su amor.

Habla Señor que tu siervo escucha. Es el Señor el que nos ha elegido. Debemos dejar que Dios haga en nosotros su proyecto. Debemos saber escuchar al Señor. Hágase en mí según tu Palabra. Preguntémonos: ¿hacemos obras de Dios, o dejamos que Dios haga su obra en nosotros?

Miqueas nos dice en cap. 6: “Qué me pides, Señor”. Debemos ser justos y dejarnos llevar en la voluntad de Dios.
Al igual que hizo san José. Caminar humilde con Dios. Es su obra y no la nuestra, trabajamos para la gloria de Dios y no la nuestra. Así pues, trabajemos para que Dios haga de nosotros sus servidores. Que nos interpele. Aceptemos participar en su fiesta. Recordemos sus palabras: Acercaos a mí y os haré pescadores de hombres.

Cuántas veces hemos escuchado que son felices los que viven las bienaventuranzas, y felices los que conocen la voluntad de Dios y la cumplen. El Señor nos promete además una alegría que nada ni nadie podrá arrebatar. Para un cristiano no hay felicidad que merezca el nombre de tal si no se intenta compartir y prolongar más allá de la propia epidermis. Porque hay muchos, muchos, para quienes estos días no son de luz, de música ni de colores.

También en esas tierras —las del hambre, la guerra, la pobreza, la injusticia, la soledad, la tristeza, el abandono y la desesperanza— hay que montar el belén de la vida. Una vez más, la necesidad está cerca y está lejos: la distancia tiene la medida del espacio que se encuentra entre nuestra mirada sobre el mundo y nuestra acción. Nada ni nadie está realmente lejos si no distanciamos nuestra mente y nuestro corazón.

Unidos al Niño-Dios podemos intentar que la Navidad, que nos venden de espumillón, sea otra. Distinta, necesaria, capaz de plantar árboles y belenes de vida en los que seamos, unos para los otros, un regalo sorprendente y renovado.

Amigos: el cielo y la tierra se han encontrado. La consecuencia la cantan los ángeles: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

¡FELIZ NOCHEVIDA!  ¡FELIZ VIDANOCHE! 
¡FELIZ NOCHENUEVA! ¡FELIZ NOCHEBUENA! 
¡FELIZ NOCHEFELIZ! ¡FELIZ NAVIDAD!

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