La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Pequeños (grandes) recuerdos (IX)


Después de venir de vacaciones, por las tierras de Rumania, donde pude contemplar, entre otras cosas, las iglesias ortodoxas y el Cementerio Alegre, mi amigo Germán estaba impaciente en saber, qué me había pasado en mi visita a la Roma creyente y a la Roma pagana.

Como ya le dije a mi amigo, la visita la hice junto a un sacerdote toledano de nombre Francisco, el cual ya era licenciado en teología, y ahora estaba en Roma para hacer la licenciatura en Arquitectura, escultura, pintura y arte religioso. La verdad es que al enterarse que yo estaba para empezar el último curso de Bellas Artes, vio en mí un colega joven para tener ratos de diálogo. También es verdad, que el que salió favorecido por este encuentro fui yo. Luego se alegro mucho más, cuando le dije que me iba al seminario.

La visita al Museo Vaticano era mi gran ilusión, pero para mí fue una novedad enterarme, del gran descubrimiento que se había realizado no hacía muchos años en relación a las tumbas vaticanas.

En 1939, a la muerte de Pio XI, lo quisieron enterrar en en el subsuelo de las grutas vaticanas. Los obreros, a la preparación de la cimentación de la tumba, vieron que había un hueco impresionante, y el tejado de una pequeña casa. Informaron y se cerró el hueco.

Fue Pio XII, su sucesor, quien dio orden de trabajar, cuidadosamente las excavaciones por debajo de la gran sacristía, y se descubrió una gran necrópolis romana, con tumbas paganas y cristianas. Ya en 1953 fue hallada una epígrafe del siglo II d.C. que parece atestiguar de modo incontestable, la presencia en este lugar del Sepulcro de San Pedro. El Papa Pío XII, en el radiomensaje de Navidad de 1950, afirmó: “Hemos encontrado la tumba de San Pedro”, y el Papa Pablo VI mandó que los restos del Apóstol permaneciesen en el mismo lugar donde habían estado durante siglos a la veneración de los fieles.

¿Cuestión de fe? Seguramente, pero independientemente de si uno es creyente o no, este descubrimiento, ha aportado mucho para la historia de nuestro tiempo.

En aquellos años no pudimos ver las zonas excavadas, pero quiero decirte que en 1998, a los 25 años de ser sacerdotes, fuimos a celebrarlo a Roma, y con la ayuda del sacerdote Vicente Juan, actual obispo de Ibiza, nos facilitó la posibilidad a los condiscípulos, de una audiencia con el Papa Juan Pablo II, visitamos los descubrimientos de las excavaciones y es más, un amigo suyo nos enseño, las estancias vaticanas y la Capilla Sixtina.

Pero me remonto a aquel año, que por primera vez, y junto con Francisco pude deleitarme con el Museo Vaticano. Desde la epoca de Egipto y sus momias, la bizantina, los primitivos italianos, posteriormente Giotto, Fray Angélico, Rafael, Leonardo, Miguel Angel... y de estos del cuatrocientos. a nuestra actualidad, a nuestro siglo. ¡¡¡Que borrachera de arte!!!

Y cuando el recorrido del museo ya llego a su término, la salida era por un pasadizo que nos llevaba hacia la Capilla Sixtina. Cuando pude contemplar con tranquilidad la grandiosa composición realizada por Miguel Ángel y ver, con mi poco saber bíblico, que todo se concentraba en torno a la figura dominante del Cristo, representado en el instante que precede a la emisión del veredicto del Juicio Final.

Impresionante su gesto, imperioso y sereno, parece al mismo tiempo llamar la atención y aplacar la agitación circundante: esto da el inicio a un amplio y lento movimiento rotatorio en el que se ven involucradas todas las figuras. Quedan fuera de éste los grupos de ángeles que llevan en vuelo los símbolos de la Pasión (a la izquierda, la Cruz, los dados y la corona de espinas; a la derecha, la columna de la Flagelación, la escalera y la lanza con la esponja bañada de vinagre).

Al lado de Cristo se halla la Virgen, que tuerce la cabeza en un gesto de resignación: en efecto, ella ya no puede intervenir en la decisión, sino sólo esperar el resultado del Juicio. Incluso los Santos y los Elegidos, colocados alrededor de las dos figuras de la Madre y del Hijo, esperan con ansiedad el veredicto. Algunos de ellos se pueden reconocer con facilidad: San Pedro con las dos llaves, San Lorenzo con la parrilla, San Bartolomé con su propia piel en la que se suele identificar el autorretrato de Miguel Ángel, Santa Catalina de Alejandría con la rueda dentada, San Sebastián de rodillas con las flechas en la mano.

En la faja de abajo, en el centro, los ángeles del Apocalipsis despiertan a los muertos al son de las largas trompetas; a la izquierda, los resucitados que suben hacia el cielo recomponen sus cuerpos (resurrección de la carne); a la derecha, ángeles y demonios compiten para precipitar a los condenados en el infierno. Por último, abajo, Caronte a golpes de remo, junto con los demonios, hace bajar a los condenados de su barca para conducirlos ante el juez infernal Minos, con el cuerpo envuelto por los anillos de la serpiente. En esta parte es evidente la referencia al Infierno de la Divina Comedia de Dante Alighieri.

Junto con los elogios, el Juicio suscitó entre sus contemporáneos reacciones violentas, como por ejemplo la del Maestro de Ceremonias Biagio da Cesena, quien dijo que "era cosa muy deshonesta en un lugar tan honorable haber realizado tantos desnudos que deshonestamente muestran sus vergüenzas y que no era obra de Capilla del Papa, sino de termas y hosterías" .

Las polémicas, que prosiguieron por años, hicieron que la Congregación del Concilio de Trento en 1564 tomase la decisión de hacer cubrir algunas de las figuras del Juicio consideradas "obscenas". El encargo de pintar drapeados de cobertura, las llamadas "bragas" fue dada a Daniel de Volterra desde entonces conocido como el "braghettone" (Pone-Bragas). Las "bragas" de Daniel fueron sólo las primeras, en efecto, otras se añadieron en los siglos sucesivos.

Pero quiero terminar, amigo Germán, con unas palabras de este que fue un gran Papa:
"Si frente al Juicio Universal quedamos deslumbrados por el esplendor y susto, admirando por una parte los cuerpos glorificados y por la otra aquellos sometidos a la condena eterna, comprendemos también que toda la visión está profundamente impregnada de una sola luz y una sola lógica artística: la luz y la lógica de la fe que la Iglesia proclama al confesar: Creo en un solo Dios... creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles" (de la Homilía pronunciada por el Santo Padre Juan Pablo II el 8 de abril de 1994).

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