La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 27 de octubre de 2012

Pequeños (grandes) recuerdos (VIII)



Mira Germán, yo quería ser cura, y de pueblo, pero, "el hombre propone y Dios dispone". Tal es así que al entrar en el Vaticano, nunca tuve en la cabeza ser otra cosa, y luego, mi vida vino a realizarse como quiso el Obispo, pero esto es otro tema.

Hoy quiero recordar que al entrar en el Vaticano, como nueva experiencia en el recorrido de auto-stop por Italia, y tras ver la Piedad de Miguel Angel, que ya comenté en mi anterior "Recuerdos" me impresionó las grandes gradas que estaban a los laterales, con los asientos para todos los obispos del mundo, pues celebraban el Concilio Vaticano II, y las columnas con los grandes santos de las Ordenes Religiosas. Todo estaba preparado para que, al finalizar el verano, el 8 de diciembre, se diera el broche final al Concilio Vaticano II.

El primer Papa que yo conocí en la infancia fue Pío XII. Siempre lo veía muy serio, erguido y con la figura mayestática, dando la bendición. A la muerte de este gran Papa —criticado injustamente por personas falsamente informadas, y que actualmente el mundo judío reconoce su gran labor humanitaria en la Segunda Guerra Mundial— algunos  cardenales no sabían a quién elegir, pues los momentos eran difíciles. Así que después de muchas elecciones fallidas eligieron un cardenal entrado en años. Sus deseos eran que ayudara a la transición y que no diera muchos problemas. Eligieron al cardenal Roncalli, patriarca de Venecia, el cual se puso el nombre  de Juan XXIII, y mira por donde que el cardenal Roncalli lo primero que pensó fue animar a la Iglesia Universal a potenciar el ecumenismo, e invocar la creación de un Concilio Ecuménico. ¡Qué revolución!

Pero antes quiero recordar la visita que yo hice a la tumba de Juan XXIII. Era tanta la gente que quería rezar ante él, que la cola era de esperar con paciencia. Siempre lo recordaremos como el sacerdote de pueblo, que hubo de abandonar todo, para hacer el servicio militar; una experiencia que, a juzgar por sus escritos, no fue de su agrado, pero que le enseñó a convivir con hombres muy distintos de los que conocía, y fue el punto de partida de algunos de sus pensamientos más profundos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli se mantuvo firme en su puesto de delegado apostólico, realizando innumerables viajes desde Atenas y Estambul, llevando palabras de consuelo a las víctimas de la contienda y procurando que los estragos producidos por ella fuesen mínimos. Pocos saben que si Atenas no fue bombardeada y todo su fabuloso legado artístico y cultural destruido, ello se debe a éste en apariencia insignificante cura, amable y abierto, a quien no parecían interesar mayormente tales cosas.

Una vez finalizadas las hostilidades, fue nombrado nuncio en París por el papa Pío XII. Se trataba de una misión delicada, pues era preciso afrontar problemas tan espinosos como el derivado del colaboracionismo entre la jerarquía católica francesa y los regímenes pronazis durante la guerra. Empleando como armas un tacto admirable y una voluntad conciliadora a prueba de desaliento, Roncalli logró superar las dificultades y consolidar firmes lazos de amistad con una clase política recelosa y esquiva.

Ya en la Catedra de San Pedro, su propósito pronto fue claro para todos: poner al día la Iglesia, adecuar su mensaje a los tiempos modernos enmendando pasados yerros y afrontando los nuevos problemas humanos, económicos y sociales. Para conseguirlo, Juan XXIII dotó a la comunidad cristiana de dos herramientas extraordinarias: las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris.

Con toda su sonrisa y su conocimiento de la situación mundial, tuvo que luchar con la Curia Vaticana, y el Concilio comenzó. A su muerte y sin dar fin al Concilio, la pregunta era clara. ¿El próximo Papa continuaría con el Concilio? Decirte amigo German, que en este Concilio, Joseph Ratzinger, el actual Papa Benedicto XVI, fue perito del Vaticano II como asesor del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia.

Quiso Dios que le sucediera en la Silla de Pedro, otro gran hombre que había sido secretario de Pío XII, el Cardenal Montini, con el nombre de Pablo VI.

Pablo VI  fue el primer Papa que yo pude  aplaudir en una audiencia en la sala superior, encima del pórtico de entrada, desde donde, de una de sus ventanas centrales el Papa sale a saludar y bendecir al pueblo después de ser elegido, o en otro momento dar la felicitación de la Navidad.

Yo estaba a rebosar, y la emoción a flor de piel. Cuando pasó por delante sentado en la silla gestatoria y me dío su bendición, fue un instante de gloria. ¡YO ESTABA ALLÍ!

Gracias a Pablo VI el Concilio había proseguido, y ese mismo año de mi visita, el 8 de Diciembre de 1965 el Papa clausuraba el Concilio Vaticano II. Ese día, los seminaristas de vocaciones tardías que estábamos en el seminario de Umbrete, cerca de Sevilla, me preguntaban sobre mi experiencia y viaje a Roma, y la verdad es que me sentía "como muy importante". ¡Cosas de juventud!

Tras la emoción de ver al Papa, fui a contemplar el baldaquino de Bernini, la cúpula de Miguel Angel, los cuadros mosaicos de la Basílica..., y una de las cosas que mas me impactaron fueron  los "amorcillos" o angelitos que hay en la entrada, que son las pilas de agua bendita, que de momento se ven pequeños pero que a medida que te acercas a  ellos, constatas que son mas grandes que uno mismo, y es que las proporciones de la obras de arte dentro del Vaticano, son inmensas.

La escultura de San Pedro sentado en su sede, esta a la derecha en la nave central. Su pie izquierdo casi ha desaparecido de tantas rozaduras de las manos de los fieles y peregrinos que se acercan a él, y son tantas las cosas que se pueden ver y disfrutar dentro de la basílica, desde una visión de fe o de arte, que estas letras parecerían una guía turística.

Germán otro día te contaré y recordaré mi visita, junto con Francisco, un sacerdote de Toledo, que unos días antes había llegado a Roma, para estudiar su licenciatura y que dormíamos en la misma residencia. Él como yo estábamos entusiasmados por conocer la Ciudad Eterna. Con él visite el Museo Vaticano, la Capilla Sixtina, y varias iglesias de la Gran Roma. Eso será como ya te he dicho, para otro día.

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