La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Pequeños (grandes) recuerdos (VII)


Hace unos días regresaba de estar una semana en el Valle de Aosta de Italia. Han sido días de gran disfrute en aquellas montañas, con seis personas. Visitamos con los remontes, el Mont Blanc y el Valle de la Cervinia, con su montaña picuda.

Entre estos amigos no estaba Germán, pero sí su hermana Josefa, la cual es una adicta de leer la página web: BuenoBonitoyGratis.com. Ella es la que me preguntó, en el aeropuerto de Malpensa, sobre qué pasó cuando entré por el puente Milvio en mi viaje de juventud por Italia con destino Roma.

Mira Josefa, quisiera  remontarme a lo que en su día, nos explicaba en el Seminario de Moncada el profesor don Salvador Pallarés. Lo hacía este profesor, con gran emoción, y narraba, como Majencio, que gobierna como Emperador en Roma en medio de un incesante clima de guerras civiles, debe afrontar la invasión de Constantino. A pesar de que la mejor estrategia es atrincherarse en Roma, debido a que Constantino debe tomar la ciudad y capturar a Majencio si quiere ser reconocido como único Emperador, la soberbia puede más, y el mismo Majencio que otras veces ha resistido asediado en Roma, ahora decide dar la pelea fuera de la ciudad. De esta manera se atrinchera sobre el Puente Milvio, que cruza el río Tíber, y espera a Constantino. Sucede lo que tenia que suceder. Algunos dicen que Majencio era un mediocre general, que se ve enfrentado a uno bueno.

La batalla no sólo pasará a la Historia como la que ha puesto término a las guerras civiles posteriores a la renuncia de Diocleciano, sino que además ha permitido entronizar el Cristianismo. Los historiadores cristianos, transmitirán a la posteridad la leyenda de que Dios mismo se le ha aparecido, y Constantino pudo ganar la batalla, cuando tuvo la visión de la Cruz de Cristo, y pudo escuchar: “Con este signo vencerás”,  volviendo la superioridad numérica de Majencio en su contra, comprimiendo a las tropas enemigas sobre el puente e impidiéndoles maniobrar. Majencio cae al río y se ahoga.

Cargado con mi mochila y emocionado, me encaminé hacia el Colegio Mayor de Montserrat, residencia ésta de los colegiales sacerdotes, que estudiaban en Roma. Allí me recibió el bien recordado D. Salvador Agulles, que tras enseñarle la carta de presentación de mi amigo canónigo Juan, me dirigió los pasos a una residencia sacerdotal donde también había sacerdotes valencianos y de otras diócesis.
¡¡¡Ya estaba en Roma y…!!! Roma es el centro de la catolicidad, pero para mí, como estudiante de Bellas Artes en San Carlos de Valencia, Roma era la ciudad eterna, un GRAN MUSEO.  Entrar por la vía de la Reconciliación desde la orilla de Tiber, y ver la majestuosidad de la basílica vaticana, me hizo pequeño, y a medida que caminaba hacia la tumba de San Pedro, el corazón se me aceleraba. ¡Estaba llegando al objetivo de mi aventura! Pero yo me hice la gran pregunta a los veintiún años. ¿Estaba llegando al objetivo y final de mi aventura, o,  ¿al principio de mi nueva forma de ver la vida?
Fui a paso rápido y no me di cuenta de la maravillosa plaza de la columnata de Bernini de San Pedro, luego la pude contemplar, pues mis pasos entraron en la gran basílica. Lo primero que me lleno de gozo fue contemplar a la derecha del templo “La Piedad de Miguel Angel”. Ya no era contemplar litografías o modelos de escayola en el aula del escultor Octavio Vicent. ¡¡¡Estaba allí!!! No sé el tiempo que tardé contemplando a María y al Jesús.
Describir esta maravilla no es sencillo: me encontraba ante una representación de la Piedad, el momento en que María sostiene sobre sí misma el cadáver de su hijo Jesús, recién bajado de la cruz. Sin embargo, a partir de aquí todo se complica por la alta calidad de la obra escultórica, prácticamente a tamaño natural.

Pude contemplar, el acabado perfecto que contrasta con el non finito, que Miguel Ángel adoptará en otras obras posteriores. Ver el contraste de los pliegues de la vestimenta de María y los del santo sudario, con la desnudez casi absoluta del cuerpo de Jesús. A partir de ello pude ver el trabajo de esos pliegues y el interés por la anatomía humana y constatar el más puro clasicismo. Toda la escultura está realizada sobre un único bloque de mármol blanco de Carrara.

Quiero destacar dos detalles que, todavía hoy me impresionan: de un lado, una madre tiene entre sus brazos a su hijo que acaba de morir. Sin embargo, el dolor no acompaña a esa madre y tampoco está presente en los rasgos del rostro de ese hijo, que ha muerto víctima de crueles tormentos. No quiere Miguel Ángel que ese tipo de sentimientos venga a descomponer el ambiente clasicista de su Piedad. De forma que encontramos en ambos rostros una cierta idealización, muy al gusto de los ambientes renacentistas interesados en las ideas neoplatónicas. En cualquier caso, si en María existe el dolor, hemos de buscarlo en su corazón, que la fría piedra no nos permite ver. En Cristo, Dios a fin de cuentas, el dolor puede excusarse.

Por otro lado, el pecho de María aparece cruzado en diagonal por una cinta en la que puede leerse con facilidad de abajo hacia arriba esta leyenda: "Miguel Ángel Buonarroti florentino, me hizo". No hay más obras de Miguel Ángel que él haya firmado. Cuando lo contrataron para hacer esta escultura el  tenía poco más de veintitrés años. Algo más de un año después, el joven escultor, quizás se sentó un momento para contemplar lo que había realizado. Algunos dicen que La Piedad era  un encargo, de un cardenal de la curia, pero que no le gustó la escultura, porque le faltaba dramatismo. Este fue el gran acierto. Miguel Ángel, un muchacho aún, que eludió toda referencia al dramatismo innecesario y que le ha dado la mayor gloria de su arte. Creo que debió sentirse en extremo orgulloso de lo que sus manos habían sido capaces de esculpir. Sus manos y su cerebro. Por eso debió firmarla.

Como ves, Josefa, todavía me queda mucho más que decir. Muchas cosas pasaron en mi estancia y regreso a casa, pero esto será para otro día. Dale recuerdos a Germán cuando llegues a casa, y te recomiendo que leas los artículos del Blog “Sin anestesia”...

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