La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 11 de agosto de 2012

Sacerdocio y Eucaristía: ¡quédate con nosotros, Señor!


Así son las cosas de Dios.

Hace varios años que está en reflexión un sacerdote, amigo muy apreciado, que ya en su día invité a que escuchara la llamada de Dios, y después de meditar su incorporación al sacerdocio aceptó. Qué alegría para su familia y la Comunidad Parroquial. Fue un gran acontecimiento. Es una buenísima persona, trabajador y buen sacerdote, pero…

Por mi parte, sigo rezando por su permanencia en la vocación sacerdotal.

Por otro lado, hace ahora un año que mi amigo Germán  está muy contento al saber que Samuel iba a entrar en el Seminario Mayor. Tengo que decir que Samuel había sido, hasta ese momento, el Jefe del Centro Juniors Santa Cecilia.

A raíz de estos acontecimientos, y tras meses de maduración, he buscado algunas palabras del bien querido Benedicto XVI y he encontrado unas que en su día reflexioné.

“El sacerdocio del Nuevo Testamento está estrechamente ligado a la Eucaristía, por eso estamos invitados a meditar sobre la relación entre la Eucaristía y el sacerdocio de Cristo”.

“Tenemos que despertar la alegría de que Dios esté tan cerca de nosotros, y la gratitud por el hecho de que Él se confíe a nuestra debilidad; que Él nos guíe y nos ayude día tras día. Queríamos también, así, enseñar de nuevo a los jóvenes que esta vocación, esta comunión de servicio por Dios y con Dios, existe; más aún, que Dios está esperando nuestro «sí». Junto con la Iglesia, hemos querido destacar de nuevo que tenemos que pedir a Dios esta vocación. Pedimos trabajadores para la mies de Dios, y esta plegaria a Dios es, al mismo tiempo, una llamada de Dios al corazón de jóvenes que se consideren capaces de eso mismo para lo que Dios los cree capaces”. (Misa de clausura del Año Sacerdotal)

Ya en su día fue Juan Pablo II, el cual no dejaba de sorprendernos, nos decía que acentuáramos la dimensión eucarística en nuestro hacer pastoral, en nuestras comunidades cristianas; nos animaba a profundizar en el conocimiento del misterio de la salvación en Cristo Jesús

Los sacerdotes tenemos que tener muy claro que Cristo enviado por el Padre realiza su plan de salvación, y comienza su misión como evangelizador, que llama y convoca a la conversión al reino, a los valores del reino, a la presencia del reino que es Él mismo.

El reino de Dios ocupa en la predicación de Jesús el primer puesto; es aquello que Él quiere confirmar con sus obras y milagros, y constituye el objetivo central de la misión de los apóstoles. “Todos los aspectos de su misterio —la misma encarnación de Jesús, los milagros, las enseñanzas, la convocación de sus discípulos, el envío de los doce, la cruz y la resurrección, la continuidad de su presencia entre los suyos—forman parte de su actividad evangelizadora... Jesús mismo, evangelio de Dios, ha sido el primer y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi 6-7).

La esencia del evangelio es Cristo crucificado y resucitado. Él envió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no solo a anunciar su misterio salvador, sino también a ejercitar la obra de la salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica.

Si todos los sacramentos son evangelizadores, la eucaristía es el sacramento central de la evangelización. El mismo evangelio destaca su carácter culminante, como lo demuestran su centralidad pascual: conversión, comunión, caridad, reconciliación, fe pascual, amor fraterno, esperanza eterna...

La eucaristía es también centro de la evangelización, porque es el centro de la Iglesia y de toda la vida cristiana, pues siendo la presencia viva de Cristo en el corazón de la misma Iglesia, es también centro en el que se condensan y articulan, hacia el que tienden y del que proceden, donde se manifiestan y realizan todas las dimensiones y funciones de la misión que la Iglesia ha recibido de Cristo, y que ésta procura cumplir en su vida.

Yo estoy convencido que el proceso de maduración  que estamos teniendo sobre la eucaristía, tanto en su práctica como en su teología,  esta siendo una experiencia vivida gozosamente por la Iglesia, animada ciertamente por el Espíritu. La eucaristía, sobre todo la dominical, ha sido y sigue siendo uno de los momentos privilegiados en que los cristianos experimentamos la presencia de Cristo y revive nuestra propia identidad.

No lo dudemos, la eucaristía sigue siendo, también ahora, uno de los mejores momentos de evangelización y de formación permanente para nuestros jóvenes y mayores.

A propósito, un libro que me ha ayudado mucho y os recomiendo: “La Eucaristía” de José Aldazábal, C.P.L.

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