La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 17 de marzo de 2012

Pequeños (grandes) recuerdos (III)


Os decía en mi primer articulo de pequeños-grandes recuerdos, que ¡cuántas gracias tenía que dar a Dios por tantos momentos de solidaridad! ¡Cuántas gracias por el buen corazón de muchas personas que me atendieron! Las gentes se fiaban del joven aseado haciendo auto-stop, pelo cortado, y vestido con normalidad. Cierto. Fueron días de grandes descubrimientos.

Un día de camino a Turín, y estando yo en la carretera nacional, me recogió un italiano de madre española, se llamaba Andrea José. Andrea por su padre italiano (Andrés) y José por su abuelo español, y éste fue un detalle que siempre recordaré. ¡Pues bien! Andrea José, que no conocía España, se alegró de ver mi banderita española, paró su furgoneta y me invitó a subir, y mira por donde, que su abuelo, que había muerto recientemente, era de Albaida (la familia de mi abuela materna es de Albaida). Ya os podéis imaginar nuestra conversación a lo largo de 150 kilómetros en dirección a Turín.

Llegamos a las afueras de Turín  pasadas las 10 de la noche. ¿Dónde ir a dormir? Por razones que no supe, en su casa no podía ser, pero… en la fabrica de muebles sí. Dejó la furgoneta, me abrió el despacho, me trajo un bocadillo y en el gran sofá pasé la noche. Me acompañaba en la noche un gato que tenia un solo ojo, el cual en la oscuridad, daba un motivo siniestro.

A la mañana siguiente me trajo un buen “café capuchino” con pastas y me llevó a la puerta del Duomo de Turín. ¡Un día más para dar gracias a Dios por “tan buena gente”!

Como estudiante de Bellas Artes la catedral de Turín me dejo “algo impresionado”. Era la primera que veía en Italia. Ya había leído en Valencia que esta catedral era de arquitectura renacentista y que probablemente la había construido de 1491-1498 el arquitecto toscano Meo del Caprina. La fachada de la catedral está hecha de mármol blanco, con el tímpano y tres portales decorados con relieves, en las formas típicas del estilo del Renacimiento. En realidad la catedral fue construida en tres iglesias, dedicadas a San Juan Bautista que contiene la pila bautismal, a Santa María de Dompno y a San Salvador.

Lo más importante estaba por descubrir. La Capilla de la Sábana Santa o Capilla Guarini que fue añadida a la estructura de la catedral y a la cuál se accede desde el presbiterio.

El Sudario de Turín —también conocido como la Síndone de Turín, la Sábana Santa o el Santo Sudario— es una tela de lino que muestra la imagen de un hombre que presenta marcas y traumas físicos propios de una crucifixión.

El sudario mide 436 cm × 113 cm. Los orígenes del sudario y su figura son objeto de debate entre científicos, teólogos, historiadores e investigadores. Algunos sostienen que el sudario es la tela que se colocó sobre el cuerpo de Jesucristo en el momento de su entierro, y que el rostro que aparece es el suyo. La Iglesia Católica no ha manifestado oficialmente su aceptación o rechazo hacia el sudario, pero en 1958 el papa Pío XII autorizó la imagen en relación con la devoción católica hacia la Santa Faz de Jesús. La imagen de la sábana se puede apreciar más claramente en negativo, debidamente contrastado, que en el color sepia original.

La imagen en negativo fue contemplada por primera vez en la noche del 28 de mayo de 1898, en el reverso de la placa fotográfica del fotógrafo amateur Secondo Pia, que estaba autorizado para fotografiarla mientras se exhibía en la Catedral de Turín.

Tengo que deciros que en la noche del 11 al 12 de abril  de 1997 tuvo lugar un incendio en la catedral y la Capilla de la Sabana Santa. En ese momento la Sábana Santa no estaba en su altar de la Capilla, pues el 24 de febrero de 1993 por motivos de restauración de la capilla había sido trasladada a otro lugar de dentro de la catedral, pero en este incendio fue dañada.

¡Qué experiencia en mi vida! Yo la pude ver antes de este incendio. Esa misma tarde caminé en dirección a Venecia. ¿Qué me podía encontrar allí? Lo bien cierto es que me sentía agradecido y lleno de gozo.

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