La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 21 de enero de 2012

Hijos del Vaticano II


Leyendo la nueva biografía de Juan Pablo II escrita por Andrea Riccardi, que como sabéis es el fundador de la Comunidad de San Egidio, me llama la atención  su visión que tiene del Concilio Vaticano II.

Comenta, haciendo una preciosa ambientación de la historia anterior a la elección del Cardenal Wojtyla sobre los papas, y hablando de Pablo VI nos recuerda unas palabras suyas:

“La Iglesia del Concilio, sí, se ha ocupado, mas que de ella misma y de la relación que la une con Dios, del hombre como se presenta hoy en la realidad: un hombre vivo, muy ocupado de sí mismo, un hombre que no solo se convierte en centro de todo interés, sino que se atreve a llamarse principio y razón de toda realidad”. (Discurso de clausura el 7/12/65).

Es cierto que el Vaticano II lanzó un mensaje de humanismo cristiano, pero no es menos cierto que los años sesenta, en Occidente, fueron tiempos de una gran transformación cultural, y una gran influencia de mezcla del freudismo y de marxismo. O también, como me decía el otro día mi amigo P.J., la influencia de las tres “emes”: Marx, Mao y Marcuse. Y todo esto teniendo presente el mayo del 68.

Hoy, pasados tantos años, hay personas que sostenemos que el Concilio ha sido la salvación de la Iglesia y, por el contrario, los hay que afirman que ha sido un desastre. Hay  acusaciones en contra de Pablo VI que se basan exclusivamente en su manera de comportarse con ocasión de algunos acontecimientos particulares e importantes que determinaron la labor del Concilio.                   .

Se trataba de problemas complejos y acuciantes planteados en el Concilio Vaticano II y cuyas secuelas han estado bien presentes en los años del postconcilio, hasta nuestros días. Problemas como la colegialidad episcopal a la luz de su relación con el Primado del Sucesor de Pedro, y el problema de la moral católica sobre contracepción.

Quiero recordar que algunos se olvidan por ejemplo, de Pío XII, a quien se describe como expresión de la Iglesia preconciliar, cerrado y reservado, tradicional, mientras algunos piensan que, en realidad, fue el primer “arquitecto” del Concilio, y el creador de sus presupuestos. Pío XII había creado una comisión de estudio para preparar el Concilio, pero estaba enfermo y era muy mayor. Y los tiempos no parecían maduros para la proclamación. Le tocó, pues, a Juan XXIII abrir el Concilio.

Andrea Riccardi nos comenta en su libro que estábamos en unos momentos históricos en donde, sobre todo, se afirmaba un lanzamiento vital hacia la realización de lo nuevo y de nuevas formas de vida, con un espíritu de marcado distanciamiento del pasado, de la tradición, de las instituciones. Son éstos, unos momentos de criticas difundidas, de deseos de cambios, de utopías, de libertad sexual. Son momentos en donde se introduce la crisis de la familia y de ruptura de costumbres tradicionales.

Quiero pensar que, los sentimientos del mayo del 68 actuaron sobre la aceptación del Vaticano II y que es, como dice Riccardi, “un Concilio que llega a las bases católicas a través de los medios de comunicación y del periodismo, más que por la enseñanza de los obispos, como había ocurrido con los concilios anteriores”.

Desde la lejanía de los años, recuerdo cómo algunos echaban la culpa del éxodo masivo de católicos de la Iglesia, y casi todos los males que sufrían. “Las iglesias están vacías”, “hemos perdido miles de vocaciones”.

Un ejemplo bastante descriptivo de este tipo de críticas lo he tomado de un foro católico: “Después del Concilio Vaticano II, quitaron los púlpitos de las iglesias, muchos sacerdotes tiraron la sotana, se aliaron con el comunismo (teología marxista de la liberación), el racionalismo, el humanismo, el modernismo, con lo que se mundanizaron en testimonio, se protestantizaron en liturgia, y acomodaron la sana doctrina de Cristo a filosofías y doctrinas de hombres. Con lo que surgió una Iglesia de guitarristas, bailarines, conferenciantes, charlatanes, "catequistas" (que no saben lo que enseñan ni entienden lo que dicen), encuentros, comidas....circo, humo y ruido”.

Yo estoy convencido que este tipo de razonamientos es simplista. Bastante complejo es el problema de la deserción de católicos de la Iglesia, para asumir que la situación hubiera sido mejor sin el concilio. Hoy día muchas de estas criticas, ya no son tales.

Seamos conscientes que el concilio abrió ampliamente los caminos del ecumenismo, aunque todavía hay mucho por hacer.  

El concilio también impulsó la enculturación del evangelio, es decir, la tarea de llevar el mensaje de Cristo a las diversas culturas, con respeto y amor. En su encíclica Evangelii Nuntiandi Pablo VI dice lo siguiente:

“Hay que hacer a la Iglesia del siglo XX todavía más apta para anunciar el evangelio a la humanidad del siglo XX...Es una alegría evangelizar, aun cuando sea preciso sembrar en medio de lágrimas”.

Hoy en esta nueva evangelización a la que Benedicto XVI nos invita a participar, la iglesia de occidente está preocupada por los problemas de la secularización, de la búsqueda de un sistema de valores, de una reforma moral. La iglesia de América Latina, y africana se sienten interpeladas por la miseria, la explotación económica y la revolución social. Por todas partes urge el mensaje liberador y salvador de Cristo.

Gracias al Concilio, Dios hizo surgir los movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Así ha crecido la importancia del papel del apostolado de los seglares, si bien en la historia del cristianismo éste no es un fenómeno nuevo. Es suficiente leer los Hechos de los Apóstoles para darse cuenta de que los cristianos laicos, a pesar de las persecuciones, ya en aquellos tiempos proclamaban a Cristo por doquier, contribuyendo a la difusión de la fe en las ciudades y en los lugares que visitaban. E iban de casa en casa, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad anunciando la Buena Nueva, con su “cantimplora medio llena”...

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