La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Pequeños (grandes) recuerdos (I)


Recuerdo que ya tenia reservada plaza en el Seminario “de vocaciones tardías” en Umbrete (Sevilla). La entrada era en el mes de octubre, pero antes de entrar en el Seminario, y ante la incógnita de qué pasaría en los próximos 8 años de estudios, y conociéndome, con el gran interés que yo tenía de “ver mundo” preparé esta aventura.

Así que un día de julio de 1965 tomé mi mochila, el saco de dormir, una tienda de campaña muy pequeña (en aquella época era muy pesadas y mis pies salían a la intemperie) y con menos de mil pesetas, me marché a ver Italia, y luego a Roma para ver al Papa. Un viaje en auto-stop. Eran tiempos distintos de los de ahora. El auto-stop comenzaba a verse en nuestras carreteras. No había autopistas, ni en España, ni en Francia, ni en Italia.

Recuerdo mi salida de Valencia en el camión de un amigo a Barcelona. ¡Qué largo se me hizo salir de Barcelona!, y  luego llegadas a La Junquera, Marsella, Mónaco, Milan, Venecia, Bolonia, Florencia y Roma (de estos lugares ya os hablaré). Pero vayamos por partes, pues quiero haceros partícipes del gran corazón de tantas personas que me encontré en mi camino. El trato “tan limpio” de aquéllos que me recogieron en sus coches, furgonetas de reparto e incluso en moto con sidecar. ¡Cuántas gracias tengo que dar a Dios por tantos momentos de solidaridad! ¡Cuántas gracias por el buen corazón de muchas personas que me atendieron! Las gentes se fiaban del joven aseado, pelo cortado, y vestido con normalidad.

Recuerdo que en mi mochila había enganchado una banderita española,  la misma que llevaba en mi bicicleta cogida a un alambre, mientras iba a las clases de Bellas Artes de San Carlos, en el Barrio del Carmen. Quité la banderita de la bicicleta y la puse en la mochila para que se viera, y la verdad es que muchos de los que me pararon y me dejaron subir a su coche el tema era España. Las gentes querían saber de España, pues se estaba abriendo al turismo. España “estaba de moda”, y siempre me preguntaban: ¡¡¡Franco sigue vivo!!! ¿Qué es de su vida? Opiniones y preguntas eran, como podéis imaginar de todos los colores. Gente a favor y gente en contra. Pero qué podía decir yo, que pertenecía a una familia donde tenia un padre que se pasó la guerra en la cocina de la aviación pelando patatas para la comida de los pilotos aviadores, y por lo tanto, había luchado por geografía en el bando republicano, y una madre con una mente muy limpia, y que ideológicamente era del Sindicato de la aguja y no quería el mal para nadie, y que en la medida de sus posibilidades atendía y acompañaba a gente de los dos bandos. Podéis entender que cuando ella, en el año 1944, con 40 años de edad, me trajo al mundo, y siendo yo el “inesperado” me puso los nombres de Rafael Ernesto. Rafael por parte de su hermano muerto en el Bando Nacional y Ernesto, el hermano de mi padre, muerto en filas republicanas.

Hoy siendo sacerdote recuerdo con emoción el momento cuando mi madre me contaba éstas y otras experiencias positivas que ella vivió en su larga vida. Quizás por esto yo también veo la vida con la Cantimplora ½ llena.

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