La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 29 de octubre de 2011

El mes de las almas


Nuestros mayores, nos decían que septiembre era el mes de la cosecha, que octubre el mes del Santo Rosario y noviembre el “mes de las almas”. Quizá esto del mes no tenga tanta actualidad, pero en éste hay fechas muy señaladas.

¿Quién no se acuerda en estos días de noviembre de algún ser querido, muy cercano a la familia, o un amigo o vecino que nos han dejado, y nuestra fe los quiere situar junto a la gloria del Padre?

Lo que sí tiene actualidad y se mantiene viva, es la Fiesta de Todos los Santos, aunque su celebración sea distinta o adquiera otras fisonomías en la gran ciudad o en los pueblos, y por supuesto entre nuestros mayores y los jóvenes.


Todos sabemos que la muerte es nuestra meta al final de la vida. Las gentes cuando van a visitar en el cementerio a los seres queridos, piensan que un día ellos también ocuparán un lugar. Pero nosotros creemos que el término hacia el cual nos dirigimos no es la corrupción en los nichos, o la cremación en los hornos, sino la plenitud de la vida en Dios. “Hacia la Jerusalén celeste, aunque peregrinos en país extraño, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia; en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad” (Prefacio de Todos los Santos).

El papa Juan Pablo II, nombró santos a muchos de nuestros hermanos en la fe a lo largo de sus años de pontificado, pero también son muchos los cristianos que nos hemos encontrado en el camino de nuestro sacerdocio que, como los santos de los altares, han vivido una entrega de por vida a los planes de Dios.
   
Recuerdo que todos los primeros viernes de mes, visitaba yo a Doña Manolita para llevarle la Santa Comunión. Tenia 103 años y una mente totalmente despejada. Rezaba sus oraciones todos los días y era querida por toda la feligresía. Quiero sonreír al recordar una anécdota que me sucedió con ella, cuando una tarde le pregunte. ¿Doña Manolita que ha hecho usted para vivir tantos años? Su respuesta fue corta y llena de humor: “No dejar de respirar, Don Rafael, no dejar de respirar” Tres meses después rezamos para que ella en compañía del Padre Dios, se acordara de todos nosotros.

Debemos recordar en este “mes de las almas” no sólo a los que han muerto, sino a todos los que están vivos, y que no solo se conforman en ser “buenos”, sino que se ponen en las manos de Dios y que, con sus compromisos y su vida compartida en el amor, hacen de sus vidas un cántico a la santidad.

Es el “pueblo de Dios que peregrina”. Somos el “pueblo de los santos”, de los “hijos de Dios”, de los que llevamos “la marca del Dios vivo”, de los llamados a ser “semejantes a Él” y a verlo “tal cuál es”.

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