La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 20 de agosto de 2011

Creación del hombre


El Museo Vaticano tiene ya más de quinientos años.
   
A todos nosotros nos llena de satisfacción el ver una obra de arte de arquitectura, pintura, música…, y nos llena de gozo el constatar como ahí donde la Iglesia se arraiga, surge y florece el arte en sus varias manifestaciones.
   
Cuando nos adentramos a la historia, vemos como la Iglesia ha demostrado estar dotada de un fabuloso poder de encarnación. Así en todo momento ha estado abierta al mundo en que se encuentra y se realiza, y nunca ha vuelto la espalda a la problemática de las generaciones.
   
La Iglesia accede a los valores humanos de cada tiempo, se abre hacia las cosas todas, por el camino de lo mistérico. No precisamente por interés cultural, ni mucho menos por imposiciones de una moda. Su actitud es una actitud de encarnación. La Iglesia atrae hacia sí, y eleva a un orden absolutamente inasequible a la estricta posibilidad humana, la realidad toda del mundo del hombre. Cristo confía a la Iglesia esta tarea de trascendencia.

   
El hombre entero, es en el orden de las posibilidades futuras, queda puesto en trance de sobrenaturalidad. Y el arte también. Y no solamente el arte que el hombre ha hecho, sino el arte que el hombre está haciendo y hará en el futuro.
   
Por esta razón la Iglesia a lo largo de la historia convoca al arte. Por el arte el ser humano puede acercarse a Dios y ser redimido. Lo perfecto de una obra cualquiera del hombre siempre ha de verse en relación con las posibilidades históricas del momento en que la obra se produce.
   
El arte es en cierta manera, la propia manera de su vinculación a las cosas del espíritu, un detector de los estratos espirituales alcanzados por el hombre.
   
La Iglesia ha estado siempre atenta a los descubrimientos del arte, y la ha convocado al servicio de la obra redentora, y hacernos ver que también la voz de lo nuevo queda asumida dentro de su tarea evangelizadora.
   
Muestra de todo esto lo podemos ver en el Museo Vaticano.
   
No hace mucho, fue noticia el encuentro de Benedicto XVI con los empleados de los Museos Vaticanos, conmemorando el quinto centenario de su fundación.
   
El Papa quiso destacar, como a través del arte y de los comportamientos de las personas al servicio del arte, también se puede evangelizar.
   
Hay que destacar que el año 2005 se contaron más de  3.800.000 personas los que visitaron el museo y en el último año se han superado los 5 millones, y ante la pregunta de quienes visitan el museo, el santo padre nos dice: “Son una representación muy heterogénea de la humanidad. Muchos de ellos no son católicos; otros muchos no son cristianos y tal vez tampoco creyentes. Buena parte de ellos va también a la basílica de San Pedro, pero del Vaticano bastantes personas sólo visitan los Museos”.

Todo ello impulsa a reflexionar sobre la extraordinaria responsabilidad que tiene esta institución desde el punto de vista del mensaje cristiano. Viene a la mente la inscripción que el Papa Benedicto XIV, a mediados del siglo XVIII, mandó grabar en el frontispicio del así llamado Museo cristiano, para explicar su finalidad: "Ad augendum Urbis splendorem et asserendam Religionis veritatem", "Para aumentar el esplendor de Roma y afirmar la verdad de la Religión cristiana".

Los Museos Vaticanos nos dan un recorrido del arte a lo largo de la historia y podemos “sumergirnos” a través de la “teología de las imágenes”. El Papa nos dice: “La gran civilización clásica y la civilización judeocristiana no se contraponen, sino que convergen en el único plan de Dios. Lo demuestra el hecho de que el origen remoto de esta institución se remonta a una obra que con razón podríamos definir "profana" —el magnífico grupo escultórico del Laocoonte—, pero que, en realidad, insertada en el contexto vaticano, adquiere su plena y más auténtica luz.
   
Es la luz de la criatura humana modelada por Dios, de la libertad en el drama de su redención, situada entre la tierra y el cielo, entre la carne y el espíritu. Es la luz de una belleza que se irradia desde el interior de la obra artística y lleva al espíritu a abrirse a lo sublime, donde el Creador se encuentra con la criatura hecha a su imagen y semejanza.                                  .
   
Todo esto podemos leerlo en una obra maestra como es precisamente el Laocoonte, pero se trata de una lógica propia de todo el Museo, que desde esta perspectiva se presenta verdaderamente como un todo unitario en la compleja articulación de sus secciones, a pesar de ser tan diferentes entre sí. La síntesis entre Evangelio y cultura se presenta de forma muy explícita en algunos sectores y casi "materializada" en algunas obras: pienso en los sarcófagos del museo Pío-cristiano, o en las tumbas de la necrópolis de la vía Triunfale, que este año ha duplicado el área del museo, o en la excepcional colección etnológica de procedencia misionera.
   
Realmente el Museo muestra un entrelazamiento continuo entre cristianismo y cultura, entre arte y fe, entre lo divino y lo humano. La capilla Sixtina constituye, al respecto, una cima insuperable.

El pasado miércoles santo, en la celebración de la Misa Crismal, disfrute de la belleza del presbiterio de nuestra Catedral, y me alegre de la decisión que se tomo, de dejar a la vista de todos, la hermosura de los ángeles del Renacimiento.
   
Siempre, siempre… el artista de arte sacro  trabaja en  el ámbito  de la  comunión: co-creador con el Padre, enviado con el Hijo, temblor, viento, fuego con el Espíritu.

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