La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 9 de julio de 2011

El Monte Sinaí


Este año un grupo de amigos y feligreses hemos realizado la Ruta del Éxodo. ¡Ha sido apasionante!

Muchos pensamos en la belleza de las catedrales, en los paisajes de las altas montañas nevadas, pero ¡cuánta belleza hay en los desiertos! El del Sinaí que recorrió Moisés, Wadi Rum que nos recuerda a Lawrence de Arabia, el de los Castillos de Jordania, camino a Irak, o el desierto de Judá, que Jesús recorrió tantas veces camino a Jerusalén.

Recordando la Sagrada Escritura, hace ocho años que subí al Monte Sinaí por primera vez. Me acompañaban un grupo de aventureros y empezamos la ascensión, a la una de la madrugada. El primer tramo es un camino y lo hicimos a lomos de un camello, pero luego vino “lo serio”. A ritmo tranquilo y con las luces de las linternas, seguimos andando  su último tramo de escaleras hasta la cima. ¡Por fin!


Esta vez con ocho años más y cumplidos los sesenta y siete “la cosa” no ha sido tan ágil, pero la experiencia vale la pena.  Lo mejor son las vistas: alrededor de la cima sólo se divisan picos y más picos áridos en medio del desierto, sin un mínimo resquicio de vida, ni tan siquiera vegetal. No encontré las tablas de los mandamientos de Moisés pero en aquella montaña sabemos que Moisés habló con Dios, y la Palabra de Dios resuena en nuestros corazones cada vez que la leemos. ¡Nosotros estábamos allí!

En la cima hay una pequeña iglesia —cerrada— y un viento que nos convenció para refugiarnos por un rato a la espera del amanecer. Nos alegra siempre la luz, pero en aquel momento del amanecer, con estas experiencias vividas, la belleza me es difícil de explicar. ¡Vimos amanecer en el Sinaí!

Como hace ocho años, en la cima, celebré la Eucaristía sobre unas piedras, recordando los textos de Moisés y con la compañía de otros amigos infatigables. ¡Y Jesús estuvo con nosotros en el Sinaí!

Todos sabemos más o menos la historia de los israelitas. Les tomó 40 años entrar en la tierra prometida. Nosotros lo hicimos más rápido, pues después de bajar, y tras un buen desayuno, fuimos al barco y cruzamos el Mar Rojo y tras escala en Aqaba, Petra, y un baño en el Mar Muerto, llegamos al Monte Nebo, divisamos la Tierra Prometida y recorrimos los lugares Santos de TIERRA SANTA.

Otro día os comentaré las vivencias del “quinto evangelio” vivido en el País de Jesús, pero dejarme deciros que  la cantimplora ½ llena me dijo que las “agujetas” no durarían más de tres días.

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