La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 25 de junio de 2011

E. Mounier, pensador cristiano


Mi amigo Germán, me decía hace unos días, y a raíz de la protesta de ciertos partidos de izquierda, sobre el crucifijo que puso encima de la mesa de la presidencia de las Cortes Valencianas el Sr. Cotino,  y en estos momentos, en donde la confrontación entre políticos, sociedades, medios de comunicación y personas, seria bueno y bien nos vendría a todos, repasar algo de lo positivo que el humanismo cristiano ha dado a lo largo de la historia.

El Jesús de la cruz es la presencia de tanta injusticia que hay en el mundo, y nos recuerdan a nosotros los cristianos, como creo que a todas las personas de buena voluntad, que el Cristo que se entrega a la humanidad, es signo de pobreza y no de privilegios ni poderes.

En mi dialogo con German pensamos en lo mucho que hizo en su tiempo Enmanuel Mounier. Y estas son algunas notas sobre él.


Teniendo en cuenta que todo hombre tiene su pasado, es importante conocer en Mounier con su historia y su persona, para ver en él, al pensador y al profundo creyente y constatar como hoy tenemos mucho que aprender de él.

Nacido en una familia cristiana, Mounier, fundador de la “filosofía personalista”, permaneció durante toda su vida fiel a la fe de su bautismo. En ningún momento puede distinguirse en él signos de relajación, ni al dejar la adolescencia, como sucede tantas veces, ni en el fragor de los combates políticos, cuando sufría los ataques de ciertos católicos y podía tener la impresión de ser mal comprendido si no calumniado. León Bloy era un converso, y Maritain, y Charles de Bos. Mounier siempre se movió, sin un paréntesis, en el seno de la permanencia a la Iglesia. Estaba agradecido a la Iglesia. A diferencia de muchos hombres importantes de su época, ni siquiera se operó en él esa conversión relativa, ese retorno al fervor, de que hablaba Pascal. Se parece a Bernanos en su constancia de fe madura.

Podemos encontrar en Mounier que su vida interior concede su resonancia en los escritos. Es esa vida interior la que da razón de su acento persuasivo, de la densidad espiritual que aflora bajo los debates más profanos en apariencia, de la apetencia de verdad que en ellos se reflejas, sobre todo cuando se trata de obligar la conciencia cristiana a mortificarse para evitar el embrutecimiento provocado por los hábitos sociales, en fin, del calor fraterno que Mounier desea introducir en el diálogo con los hombres. Sin embargo, no deben juzgarse sus escritos como la respuesta abstracta de un espíritu como tantos; no se profundiza el pensamiento de Mounier si se le reduce a una teoría de escuela, originada por un clima cristiano.

La palabra “vocación de cristiano”, no era para Mounier, una comodidad de lenguaje. Para él, el hombre que ya no se halla entre las manos de Dios, es igual que quien ya no posee su vida en sus propias manos, cuyo ser se fragmenta en multitud de fuerzas divergentes. La vocación del hombre cristiano en el mundo, y en este mundo concreto, caracterizado por tantos conflictos ideológicos y sociales, constituye lo que unifica una vida como ésta. Entre el estudiante que se iniciaba a las realidades de la miseria en los barrios obreros de Grenoble y el director  de su revista “Esprit”, existe la expansión de una misma vocación cristiana profunda, proseguida dentro de una idéntica inspiración de fe.

Vocación de pensador, sin duda, pero vocación de cristiano vinculado por la caridad a las aspiraciones de los hombres. Mounier no imaginaba el catolicismo bajo el aspecto de la religión poderosa, capaz de reunir multitudes y organizar cortejos. Tenía en cuenta a los ausentes más que a los presentes. No se complacía en la seguridad que confiere la fe, suficientemente lúcida y fuerte para mirar cara a cara a todos los rostros de una civilización paganizada. Tomaba partido por los pobres porque tenía presente las enseñanzas de Cristo en su verdadero origen, y no tardó en descubrir la dirección innata de su alma, el atractivo de su espíritu y de su corazón que era animar a un cristianismo de ‘acogida’.

Mounier, dentro de lo cotidiano de la vida, y junto a tantos hombres y mujeres santos me hizo ver a Jesús, el Cristo, como compromiso en la vida civil.

Ante tanto desorden y egoísmos en nuestros días, Mounier es mi cantimplora ½ llena.

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