La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 12 de mayo de 2012

Padrenuestros y abuelas


¡Que cosas pasan...!

Estamos en estos días a las puertas de celebrar las Primeras Comuniones, y al igual que todos los años, las madres trajeron a sus hijos a las parroquias para inscribirlos a la catequesis.
 
Hoy recordaba que al rellenar la ficha de inscripción siempre me gusta preguntar a los pequeños con mucho ánimo coloquial, (aunque se que les es difícil contestar), cuál es el día exacto de su nacimiento, o la parroquia en donde fue bautizado.

El nombre del papá y la mamá es más fácil, el suyo más fácil todavía y el número de teléfono está “chupao”, pero todo esto es la introducción a un tema que a mí me preocupa y es la vivencia de muchas familias de nuestra sociedad sin la presencia de Dios, y es entonces cuando viene la pregunta: ¿Pepito tú sabes el Padrenuestro?

El niño me mira encoge los hombros, pone una boca de piñón, abre unos ojos brillantes, y dice: ¿qué es eso? La madre suele decir: “Si se lo enseñe, pero se le habrá olvidado, y es que son tantas cosas las que tiene que aprender que yo, muchas veces, me sorprendo”.

Pues nada, le digo yo, aquí aprenderás el Padrenuestro, y luego la mamá y el papá te lo recordarán.

Otro día llega, y es una nueva niña, La conversación simpática para cortar el hielo, y la pregunta: ¿Marieta, tú sabes el Padrenuestro? La niña se llena de alegría, sonríe, ensancha los hombros, parece que se eleva y con voz potente dice: Padrenuestro que estas en el cielo santificado sea tu nombre..., y termina con un gran Amén.

La madre sonríe llena de gozo y a la vez llena de sorpresa al oír a su preciosa niña Marieta.
 
Yo entonces le pregunto: ¿Y quién te lo ha enseñado? La niña me responde eufórica: ¡Mi abuela!

Nunca me dicen el papá o la mamá, pero pienso que esto viene de lejos.

Una vez más recuerdo a mi abuela Remedio, que me enseñó a ver a las personas con una sonrisa limpia, a rezar a Dios por los demás, mientras mi madre siempre estaba realizando tareas para tener unos ingresos extras, y recuerdo que cuando llegaba el segundo domingo de mayo, mi abuela Remedio, me llevaba cogido de su mano, con paso lento pero firme, mientras en la otra  sujetaba el “catret”, camino a la calle de la Bolseria, para ver descender en procesión a la que ella tanto quería, a la “Mare de Déu”.

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