La mirada de un párroco, desde la esperanza y el optimismo. Ésta es la propuesta del autor de estas reflexiones que tendrán una periodicidad quincenal.

sábado, 9 de junio de 2012

Pequeños (grandes) recuerdos (V)


El viaje en un Fiat chincochento conducido por el sacerdote Andrea fue toda una odisea, sobre todo porque en aquellos días no existía la “autoestrada” y todo era carretera nacional. Salimos al amanecer de Venecia. Las paradas de rigor, cada dos horas y media. Pasamos cerca de Bolonia y la carretera nacional nos dirigió a Florencia.

Aquí vinieron mis dudas. Seguir a Roma o bajar en esta preciosa ciudad. Mis recuerdos de estudios en Bellas Artes, hicieron luz en Miguel Angel, con su David, la capilla de los Médicis, el Beato Angélico y  Botticelli con el Nacimiento de Venus.

Se lo comenté a don Andrea y le agradecí la doble atención: traerme a Florencia y dejarme junto a la famosa plaza del Duomo. Allí nos despedimos, no sin antes darme él toda la bolsa de comida que llevábamos para los dos (cuando a los cuatro días llegue a Roma, lo visite, y tras insistir, le invite a un precioso Tartufo en la Piazza Navona).

¡¡¡Que decir!!! Allí estaba yo en Florencia. En estos momentos solo me quedan los recuerdos. En aquella época no tenia ni una “mísera cámara fotográfica”.

Con mi mochila a la espalda me senté a los pies del Baptisterio y pasé un largo rato contemplando  la fachada del Duomo, o Catedral de Santa María del Fiore, que comenzó Arnaldo de Cambio y que debido a su muerte prosiguió Giotto, quien atendía la construcción del campanario. Me llamó la atención que la cúpula estaba sin terminar en su decoración.

Al momento paró junto a mí un carretero, un hombre de una gran personalidad. Tenía una gran barba y una gran cola de cabellera. Vendía fruta. Aquél me preguntó de dónde era y comenzó un intercambio de información. Por mi parte le di a conocer mis aventuras y él me dio muchísima información sobre la ciudad y las cosas que podía ver. Era conocedor del arte, pues me dijo, que la cúpula de la catedral la había realizado Filippo Brunelleschi, y que Miguel Angel, copió la idea arquitectónica para construir la cúpula del Vaticano, pues ésta estaba levantada sin un armazón fijo, lográndolo haciendo descargar el peso de la construcción sobre una cúpula interna más reducida y basándose en la utilización de la llamada piedra “a espinapez”.

En la Iglesia de la Santa Croce y las seis de la tarde fui a misa y terminada ésta, me impresionó su interior. Siempre que he regresado a Florencia he llevado a la gente a ver esta iglesia donde se conservan el tabernáculo de Donatello, y lo que es más, los frescos que representan la muerte de San Francisco de Giotto. Los frailes que están junto a Francisco, besando sus manos y sus pies, las caras de ellos y su tristeza, verdaderamente impresiona. Fue aquí donde decidí que al día siguiente a la tarde saldría hacia las tierras del santo de Asís.  

Aquella noche, por indicación del frutero, dormí en un albergue de juventud junto a la estación de trenes.

La tarde fue deslumbrante: pasear por la Plaza de la Della Signoria, Palacio Viejo, Palacio de los Uffizi y… el Ponte Vecchio.

Me viene al recuerdo en este momento que asomado viendo la belleza del río Arno al año siguiente, el 4 de noviembre de 1966, un tremendo aluvión azotó la región y subiendo las aguas mas de cinco metros sumergió tiendas, casas y destruyó cuanto contenían. Hoy podemos ver en lugares de la ciudad carteles de cerámica que nos dicen: “El agua del Arno llego hasta aquí”.

A la  mañana siguiente, ésta se hizo corta, pero antes de abrir la Galería de la Academia, ya estaba yo a la puerta para ver el David, y captar esa concepción del Renacimiento que tenia Miguel Angel, y que dio al David una visión serena del héroe, del hombre que acampa seguro en el mundo que está por conquistar. El rostro bellísimo de David, con su mirada absorta, el cuerpo ágil e impetuoso, la estupenda mano que aprieta  la piedra tan bien estudiada en los haces de venas y nervios que la recorren, todo en suma, expresa la fuerza, la decisión y la nobleza del hombre, la firmeza y la voluntad del héroe.

Luego vino el disfrute de la Capilla de los Médicis, y el museo de los Uffizi.

Tenia que volver. ¿Cuándo? No lo sabia, pero la experiencia fue tan enriquecedora, que cuando algunos jóvenes vienen a mi despacho, para preparar los papeles de la boda, les pregunto dónde van de viaje de novios. Hay que quitarles de la cabeza Cancún y animarles a visitar esta tierras tan maravillosas que son capaces de llenarte el alma de tanta belleza.

A toda prisa y comiendo un bocadillo saqué un billete, tomé un tren de cercanías que me llevo a Perugia y de allí a Asís. ¿Qué me esperaba en la ciudad de Francisco?

Esto para otro día.

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